jueves, 22 de mayo de 2008

LO TUYO ES PURO TEATRO. Capítulo 8. Madrid: la otra cara.


Pocas horas de agonía después, me fui a trabajar, molida y con la cabeza a punto de estallar. Cuando emergí de la boca del metro, me di de bruces contra el Campamento de la Esperanza, porque me había equivocado de parada y en vez de bajarme en Santiago Bernabéu, lo había hecho en Cuzco, que quedaba a pocos metros.

Los trabajadores de Sintel, ex filial de Telefónica, llevaban cuatro meses acampados en el Paseo de la Castellana, frente al Ministerio de Economía, como protesta por el fraude fiscal que había llevado a la empresa a la quiebra y dejado a más de mil setecientos trabajadores en la calle. A muchos de ellos se les adeudaban más de siete meses de nóminas, y en el tiempo que llevaban allí acampados, la desesperación se había cobrado un considerable número de víctimas, a causa del infarto o el suicidio. Las esposas y trabajadoras, asimismo, ejercían una protesta paralela y ejemplar, permaneciendo ochenta y un días encerradas en la catedral de la Almudena.

El montaje del campamento obtuvo una impresionante repercusión mediática y fue visitado por políticos (Zapatero, como jefe de la oposición), periodistas (María Teresa Campos), intelectuales (Saramago, Sampedro), cantantes (Ismael Serrano) y personajes televisivos (el Gran Wyoming), que apoyaron la causa y le dieron permanente publicidad. Los amotinados agradecieron su compromiso poniéndoles sus nombres a muchas de las calles que, como un pequeño poblado rebelde, habían ido levantando con los deshechos y la chatarra acumulada. A veces, desde Cortefiel, los veíamos zambulléndose en una improvisada piscina de plástico, que sofocaba momentáneamente sus calores y reivindicaciones; o cocinando una gigantesca paella que diera de comer a algunas de las casi mil ochocientas bocas protestantes y hambrientas.

Penetrar en el campamento me causó una gran impresión. Centenares de hombres ejercían su vida cotidiana en la calle y en público: se lavaban y afeitaban, desayunaban y cenaban, quitaban y ponían, acarreaban materiales, apuntalaban una habitación nueva… laboraban para el poblado, en definitiva. Como una tribu que terminara de evolucionar hacia el sedentarismo, o como un grupo de náufragos que tuvieran que reinventarse en una isla desconocida y desierta. Fui esquivándolos como pude, para poder llegar a la tienda, ensimismada con la contemplación en vivo de una sublevación de trabajadores al más puro estilo Germinal.

Pero sucedió lo inevitable, y es que los hombres que formaban aquel colectivo humano, masculino, y a la fuerza abstinente (como los castigados esposos de Lisístrata), al verme caminar, curiosa e inocente, delante de ellos, en un gesto reflejo unieron sus voces en una sola voz, pero no al compás de la Internacional, lo que habría sido ya el colofón del romanticismo proletario, sino al estridente grito de: ¡¡¡RUUUUUUUBIAAAAAA!!!, que me dejó paralizada por un segundo, amén de medio sorda. Olvidados de sus pesares laborales, desbaratados de lujuria, me propinaron los más descorteses exabruptos, ante los que desfilé atónita, desafiante y rabiosa. Perdí de repente toda implicación ideológica, así que me mordí los labios para no recriminarles a gritos que acababan de estropearme una emocionante catarsis solidaria.

A partir de entonces empecé a tener una pesarosa visión de la lucha de clases: y es que lo que realmente persistía con los años no era la conciencia de la clase obrera, sino el macho ibérico obrero, atalayado tras la herida del sindicalista maltratado. Para mí, la injusticia social era la misma para el deshumanizado trabajador que para la mujer cosificada. No podía entender la una sin la otra. Así dio comienzo mi decadencia roja.

Corrí todo lo que pude a refugiarme en Cortefiel, a soportar mi particular explotación laboral. Para colmo de males, me tocó atender a una repelente señora de metro y medio de estatura, que hablaba en andaluz, y que me tuvo dando vueltas por la tienda arrastrando una estúpida camiseta de lycra de mil quinientas pesetas. Finalmente me la mandó reservar para el día siguiente. Cuando le pregunté su nombre para hacer la reserva, me lanzó una mirada abyecta, y entrecortadamente, exclamó:

-Yo… pues yo soy… Señora de… yo soy… Señora de Aparicio... La señora de Aparicio… La mujer de… ¡La madre de Julio Aparicio, el torero!

Se quedó con las ganas de decirme “pedazo de estúpida, es que acaso no me conoces”, pero su soberbia y malos modales eran, hasta para eso, limitados. Sobra decir que ni se molestó en pasarse a por la puñetera camiseta reservada. Después de eso, me interné, por primera vez de forma voluntaria, en el almacén, a seguir desempaquetando camisas y rebecas y clasificarlas según fueran P, M, G, SP o SG. Estaba hasta el moño de las clientas mediocres que compraban en Cortefiel aspirando a poder comprar algún día en Armani.

Cuando regresé a casa, me sentía abatida. Me amparé, como siempre, en la conversación. Divina empezó a contarme que esa misma tarde había participado, sin saberlo, en un programa de cámara oculta realizado por Televisión Española, mientras visitaba una tienda de animales de las Vaguadas. La jugada consistió en que, la dependienta, fingiendo un ataque de pánico porque su compañero, el experto en reptiles, había salido dejándole a su cargo una pitón de gran tamaño, sin saber muy bien qué hacer con ella, le encasquetaba la serpiente al anónimo cliente. Divina, lejos de salir corriendo, abrió un ojo como un camión, y encantada de la vida, le respondió:

- Trae para acá, que yo te la sujeto.

Se colocó la bicha sobre los hombros y, bufanda al cuello, siguió contemplando los terrarios, a ver si se decidía de una vez por alguna de aquellas mascotas. Debieron de flipar los del programa con su naturalidad, pero claro, lo que buscaban era una reacción alterada, o extrañada al menos, por lo que su sketch no fue emitido por la tele. Tan solo salió una escena, al final, mientras pasaban los títulos de crédito.

Yo escuchaba con atención su anécdota, sin un ápice de asombro, ávida por contarle lo que me había ocurrido con la Señora de Aparicio (pinchando aquí, la de la derecha). De pronto recordé otra historia acaecida días antes:

- ¡Y lo de la clienta chilena del otro día, Diva, que se me ha olvidado contártelo! La cajera, que la conocía de otras veces, le preguntó que qué tal en Chile, y ésta empezó con que, sinceramente, estábamos mejor con Pinochet, económicamente hablando, porque Allende era un borracho cocainómano y dado a las orgías sexuales. Y Pinochet un amante esposo y padre de familia que no sale nunca sin su mujercita. Además, los hombres a los que mató eran terroristas como los que tenéis aquí en el País Vasco; y los comunistas, gente pobre, sin cultura ni educación, que no tenían otra opción que echarse las armas al hombro porque así, además, se libraban de la dura tarea del campo. ¿Te puedes creer, la impresentable?

Divina no podía entender mi indignación:

- Yo, mari, de política sabes que…

- Pero te estoy hablando de Pinochet, tía, el mayor genocida de los últimos tiempos. Claro que la tipa ésta se ha gastado casi ochenta mil pelas en ropa, con lo cual se entiende todo, ¿no crees? Bochornoso.

- Si tú lo dices… Mira, yo qué sé, a mí esas cosas es que no me importan.

Y cambiando, interesadamente, de tema, siguió:

- Que la Lola está a punto de parir y no hemos pensado todavía qué vamos a comprarle al crío.

Yo me resigné y asentí:

- Podíamos hacerle un regalito también al mayor, para que no coja celos, ¿te parece?

Mi amiga Lola tenía también otro niño, de un año y poco. Y esperaba el segundo en medio de un torrente de turbulencias sentimentales y familiares.

- Lo que tú quieras, mona.

- Pues mañana me paso por El Corte Inglés y se lo miro. Con eso veo cuánto valen las medias esas antivarices de las que me han hablado. Tengo las piernas tan doloridas…

Lo que yo no podía ni imaginarme era que el inofensivo chubasquerito con los personajes de la Warner que había de comprarle, al día siguiente, al nene mayor, le hiciera tan poca gracia a mi amiga Lola. Un gracioso impermeable infantil de la talla dos. Una intrascendente prenda de vestir, puñeta.

Continuará

8 comentarios:

Anónimo dijo...

ajjaajajaj muy bueno el capitulo, pero cariño los hombres , de derechas , de izquierdas, de centro....en fin cuando vemos un buen culo y par de bufas no nos acordamos de ná....je je e jej j

Anónimo dijo...

Yo es que me descojono cuando escucho a un macho ibérico del gremio de la construcción soltar un piropo de los suyos, jajajaja, si yo fuera una chica, me partiría el culo, fijo.

Anónimo dijo...

Qué diverso es el mundo, eh? Los machos ibéricos proletarios de Sintel, la antiproletaria chilena, la antigua proletaria nueva rica prepotente madre de torero, la antigua estudiante de Hispánicas en proceso de proletarización... Como siempre, divertidísimo, aunque me gusta mucho ese puntito reflexivo. Y poner la foto de la madre del Julio Aparicio ese..., bueno, buenísimo.

Anónimo dijo...

Bueno, como siempre, no me ha decepcionado nada.Amoooo, no me digas qe no te gustó un poquito que te dijeran esos piropos, si no son mu vulgares hasta te alegran la mañana, jajaja.

Oye, buenísima la foto de la madre "del Aparicio". La "joia tonta coño" como si hubiera que conocer a las madres de todos los famosos, si yo ni me acordaba de quien era el Aparicio este.

Deseando de que llegue la siguiente entrega.

Besos.

La Narrattrice dijo...

Pues mira, Eva, amiga mía, y tú como mujer me entenderás muy bien: una cosa es que un chaval, en las escaleras mecánicas del metro, te diga "Qué ojos más bonitos tienes", así, de tú a tú, que es un piropo, y hasta le puedes dar las gracias y todo (y nada más, pq yo llevo impreso a fuego, en la frente: "propiedad de antolín hernández"). Y otra cosa es que una manada de cuarentones con barriga, aprovechando que tú pasas sola y ellos son cuarenta y están aburridos, te ridiculicen con improperios de todo tipo. ¿Qué esperan? ¿Que les respondas o algo? No esperan nada, solo echarse unas risas a tu costa. Porque otra intención no tienen, creo yo. Piropo es una cosa y acoso otra. ¡Benditos jerseys de cuello alto y faldas hasta los tobillos! ¿eh, Franci? Jajajajajajajajaj


Ah, y otra cosa: yo al Julio Aparicio ese no lo he conocido en mi vida, pero a partir de entonces no se me olvidará jamás el careto de su santa madre, jajajajaj

La Narrattrice dijo...

Que acababo de descubrir que era una bailaora de flamenco.

¡Pues en su casa la conocerán! Jajajajajajaj

(venganza, venganza)

MALAVENTURA dijo...

A mi me preocupa que por culpa de unos impresentables que con su actitud soez y vulgar, bravucones delante de sus amigos (quisiera verlos delante de sus respectivas , deben de ser como corderitos en el matadero), pues digo que me da pena que por cosas como esas empezaras a perder la rojeria......aunque en el resto del capitulo se ve que del todo no la perdiste......vaya careto la madre de...de...de quien coño es la madre la folclorica esa hortera?

Anónimo dijo...

Joder, parece q te estoy viendo andando por Madrid sola entre toda esa gente, q tanto nos impresionó a todos o casi todos hace tiempo. Yo también pensaría lo mismo ante comentarios tan vulgares y pasados de moda, coño!.

Muy bueno este capítulo, me encanta tu compromiso político, humano, social...Sigue escribiendo porfa!