viernes, 22 de febrero de 2008

LO TUYO ES PURO TEATRO. Capítulo 5.


Un mediodía de finales de junio llegó la loca con cara de espanto.

- De la que me he librado –suspiraba-, pensaba que ya se me había adosado otra marica, y entonces a ver qué hacemos, que esto empieza a parecer la casa del pueblo.

Me empecé a tronchar, ya me olía otra buena historia.

- A ver, ¿a quién has visto?

- A la Choni.

- ¿La Choni? ¿La de toda la vida? –este asunto prometía realmente.

- La misma que viste y calza. Al salir del vagón del metro, iba yo tan contenta con mi nuevo iscapularriu, regalo de la Manolita, que me lo ha traído de Ibiza, donde es la última moda…

- ¿Un qué…?

- Un escapulario, iscapularriu, como dicen los ingleses de Ibiza… Ya sabes que la Manolita habla idiomas.

- Desde luego que tú cada día estás peor, si eres más ateo que Anguita. Y ya le vale a la Manolita lo bien que vive, que está todo el día, o de viaje, o gastando perras…

- Pero no me niegues es que no es divino mi escapulario, mira qué mono me queda puesto –me mostraba un cordoncito sencillo, colgado del cuello, con una imagen de plástico de la Virgen del Carmen.

- ¡Para lo que han quedado los símbolos religiosos en la cultura gay! Jajajajaja. Desde luego que no habrá ahora quien afirme que en Chueca no sois unos iconoclastas. Jajajaja

Empezó a mirarme con intenciones homicidas. No fallaba. Tecnicismo cultural igual a riesgo de asesinato.

- Bueno, sígueme contando.

- Eso, que salgo del vagón volando hacia las escaleras de la estación de Alberto Aguilera, cuando oigo a mis espaldas: “¡Aaaaaaaaaayyyyyyyyyyyyyyy! ¡No me lo puedo creer!”, con ese tonillo tan de loca plumífera que ya conocemos. No me he dado por aludida porque he pensado: ¿quién leches me va a conocer aquí en la capital? Sigo andando, haciéndome la sueca, y oigo otra vez: “Oyeeeeeeeeee, ¿no me digas que tú también estás en Madrid?”. Se me ha hecho un nudo en la garganta, tú sabes que esa voz es inconfundible. Temiéndome lo peor he pensado “pies para qué os quiero” y he aligerado el paso sin echar la vista atrás, a ver si acaso me lo quitaba de encima. Intuyo que se me ha quedado mirando y al final ha creído confundirse de persona. Me muero si se me pega como una lapa. No quiero a mi lado una loca como ésa.

Es por este motivo que la loca no quiere que la llame loca. Hace unos días, me llamaba por teléfono para quejarse del nombre que le había puesto en este relato imposible: “¿Es que ya no te acuerdas de lo que es una “loca” en nuestro argot?”. Inmediatamente he recordado el incidente del metro, con la Choni, y he caído en la cuenta: una mariquita excesivamente ordinaria y amanerada. “Además, que si yo no tenía ningún vestido fucsia, que si no nos encerramos en la cocina, sino en el baño…” Es lo malo de hacer una novela interactiva, que los protagonistas tienen derecho a réplica. “Uf”, he zanjado el tema rápidamente: “Bueno, y si no fue así, probablemente fue peor, ¿no te parece?”. “Eso sí, mari, eso sí”. Con todo, he entonado el mea culpa y he prometido enmendarme. Algún privilegio de elección tendré que otorgarle por relatarme las aventuras olvidadas. Y parece que el nuevo sobrenombre que le he puesto no le disgusta tanto. De todas formas, no hay como amenazar a tus personajes con encasquetarles a un tío feo como novio, o matarlos en el último capítulo, para que te guarden el debido respeto.

La Choni, efectivamente, era el prototipo por excelencia de la pluma gay. A los dieciocho años, aquella homosexualidad silenciada con vergüenza por sus padres era ya un hecho incontestable. Su madre soportaba, apretando los labios, las maledicencias de sus amigas en la misa de las ocho. Su padre, harto del chismorreo vecinal, irrumpió en su cuarto una tarde de estudios y, sin mediar palabra, le calzó dos bofetadas que todavía hoy resuenan en sus peores sueños. “¡Dime que no eres maricón, dímelo!”. La Choni, a los pocos días, lió un petate y se largó a Madrid, a desquitarse. Desde entonces no habíamos vuelto a saber nada de él.

- Pobre Choni, si era siempre el hazmerreír del colegio. Anda que no aguantó palizas… ¿Te acuerdas que siempre iba agarrado del brazo de su madre, a hacer la compra al Cecoa? La tía hipócrita, lo trataba como a una mascota. Bien que le gustaba tenerlo como un perrito faldero, y luego se quejaba amargamente de que su único hijo varón le hubiera salido rana.

- Si yo no digo nada… Pero paso de que se me cuelgue más gente aquí en Madrid. Yo me he buscado la vida ¿no? Pues allá cada uno. Además, que yo me he venido para acá huyendo del pueblo y ahora Princesa parece un sucedáneo de la Calle Real.

La Yanqui escuchaba todo, con la antena parabólica bien orientada, desde la cocina.

- ¿Sabéis que yo también la he visto hace poco en El Corte Inglés? –intervino, sin dejar de vigilar las albóndigas que yo le había enseñado a cocinar el día antes-. ¿No te has fijado en cómo ha adelgazado?

- ¡Anda ya! Si siempre ha sido una vaca burra –se burló Divina, sin dejar de atusarse el escapulario.

- Mari, el Evangelio te estoy diciendo. Y tiene un chulazo de novio que no te lo creerías.

- Eso lo tengo que ver yo con estas gafas –gesticulaba con énfasis.

La Yanqui intentó convencernos con una rotunda onomatopeya que de nada le sirvió. Ante nuestras incrédulas caras, añadió:

- Que sí, coño. Que tiene un novio macizorro. ¡Que yo lo he visto! El Evangelio os digo: primero y segundo testamento.

Ése era el momento en se disipaban todas las dudas. El Evangelio era el santo y seña que utilizaba la Yanqui para aseverar y dar fe de una verdad irrefutable y fidedigna, conocida de primera mano. Pero si, además, mencionaba los testamentos con tanta erudición (primero y segundo), era como jurar por su santa madre. Todos la creíamos entonces como a un gurú. Callábamos dándole la razón y asentíamos. Era el amén de la conversación.

- Bueno, pues eso no ha sido todo, que hoy me he ido encontrando con todo el pueblórum. Lo que yo digo: Madrid es cada vez más vulgar –prosiguió Divina-. También he visto a la Trini.

- Yo ésa no sé quién es –dijo la Yanqui-, ¿es tío o tía?

Ciertamente, llegaba un punto de nuestra cháchara en que se producía tal confusión de géneros gramaticales que no acertábamos a comprender si nuestros deícticos se referían a un hetero, un gay, una lesbiana, una transi o una cucaracha infiltrada. Hasta el Fernan tenía el honor de ser tratado en femenino, a él no le molestaba en absoluto. Por cierto que por aquellos días debía de estar revoloteando bajo alguna nueva falda, porque solo se pasaba para cenar; el peta móvil había vuelto a desempeñar su otrora función de reposapiés; y, en su funda, del rincón en el ángulo oscuro, de su dueño totalmente olvidada, silenciosa y cubierta de polvo yacía la guitarra. O eso, o es que por fin había conseguido la última versión de Holocausto caníbal, su peli favorita, y estaba devorándola en su otra casa.

- Una tía.

- Una tía… ¿nacida mujer?

- Una mujer nacida mujer, ay Yanqui, parece que no conoces a nadie. ¿Cómo no vas a saber quién es la Trini?

- ¿Y qué quieres? –respondió, indignada-. Ahora saco la bola de cristal para que me diga quién es la Trini esa.

Divina la ignoró.

- Pues ha entrado en la tienda y nos hemos puesto a cascar. Otra que ha acabado hasta las tetas de servir en bares, como el Ulises. Se ha hecho de un número 900 de ésos y ahora atiende una línea erótica, ¿qué os parece? Y tan a gusto que está. Va con su móvil a todos lados y si la llaman, se disculpa contigo y se pone a gemir y a decir guarradas. Luego cuelga y te sigue hablando como si tal cosa.

En ese instante el tiempo se detenía y yo, apurada siempre por el estrés de los transbordos, la multitud y los horarios de apertura y cierre de mi trabajo, saboreaba minuciosamente cada una de las historias que, como dos abuelas lugareñas, me iban relatando aquellas dos camaradas chifladas, al abrigo de una mesa cochambrosa en un salón infecto lleno de ratones. Con el conocimiento de esas vidas insólitas, se iba desprendiendo de mí el cascarón de la autosuficiencia, e iba quedando al descubierto un alma en desamparo a la que todavía le quedaba por estrenar una inédita capacidad para la sorpresa.

A la Divina le encantaba hacer rabiar a la Yanqui apostillando todas nuestras charlas.

- Y esto sí que es el Evangelio, Yan.

La Yanqui la miró con desdén y se internó de nuevo en la cocina. Pero antes exclamó:

- ¡Anda que el cuarto de baño no tiene mierda! ¡A ver a quién le toca esta semana!

La Diva y yo nos miramos mutuamente evadiendo responsabilidades. Si no éramos ninguna de las dos, sólo cabía una opción: el armario-ropero. Otro que llevaba dos días sin aparecer por casa. Íbamos listas si pensábamos tener limpieza esa semana. Nos pusimos a bromear, a espaldas de la Yanqui, sobre lo que se estaba prolongando aquella última entrevista de trabajo, hasta que recordamos que quedaban pocos días para la fiesta del Orgullo y cambiamos rápidamente de tema.

- Conmigo no cuentes –advertí, resignada-. Este domingo abrimos y no salgo hasta las ocho. Me pierdo el desfile y el conciertazo ese de Tamara, que tanto le gusta a la Yanqui. Prefiero no hacer planes.

- Tse, de desmoralizarse ni mijita, que el viernes por la noche ya hay mucho ambiente: tú te vienes conmigo y con la Fefa a Chueca. Ya verás qué mona vas a estar con un modelito que te voy a customizar yo.

¿No he hablado nunca de la afición de la Diva por disfrazar al pobre infeliz que cayera en sus manos? Eso es harina de otro costal. En esta ocasión, la broma consistió en comprar una camiseta de tirantes anchos de quinientas pesetas, abrirla por la mitad con unas tijeras, como si se le estuviera practicando una autopsia, y volverla a cerrar con veinte o treinta imperdibles de mercería. Cinco minutos tardamos en diseñar la obra de arte.

Desde luego que yo ese verano estaba muy necesitada de cariño, porque aún hoy me pregunto cómo me dejé convencer para ponerme aquel andrajo.

Continuará.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Sí Bécquer levantara la cabeza y viera su poesía querida sirviendo a los intereses de la guitarra del Fernan en un relato de temática gay!!!!!!! Te superas día a día, hermanita! Y el armario-ropero, "ande andará"? Los diálogos, buenísimos. Parece que los estoy escuchando y viendo en mi salón.

Anónimo dijo...

-" Que sí, coño. Que tiene un novio macizorro. ¡Que yo lo he visto! El Evangelio os digo: primero y segundo testamento."

jajajjaajaj es me parto ajajajja

Anónimo dijo...

jajajaja,increiblemente gracioso todo, yo también me lo estoy imaginando.
Tia, Blanca, como te pudiste poner esa camiseta? jajaja, te estoy imaginando.

Tiaaaaa que pasa con el Fernan?? No sale ya o que???

Anónimo dijo...

El Evangelio !!, jajaja, que bueno. Enhorabuena otra vez.

Anónimo dijo...

El Evangelio..., que bueno !!, jajaja. Enhorabuena de nuevo.