jueves, 28 de febrero de 2008

QUIÉN TE HA VISTO Y QUIÉN TE VE (2).

Esta segunda edición del concurso se la voy a dedicar a Sentinel, Prenchi para los colegas.
Lo único que puedo decir es que esta elegante artista sorprendió a un gran número de público español, hace unos añitos, por sus notables cualidades musicales. ¿La reconocéis?

1ª pregunta: ¿Cuál es su nombre y su apellido? (1 punto)
2ª pregunta: ¿Nacionalidad? (0,5 puntos)
3ª pregunta: ¿A quiénes estaba dedicada su canción más famosa? (0,5 puntos)


¡Valor y al toro!

QUIÉN TE HA VISTO Y QUIÉN TE VE (1). SOLUCIÓN

Bueno, veo que a pesar de los años transcurridos, hay quien no se olvida del loco del Equipo A: Murdock, personaje interpretado por Dwight Schultz, como bien han sabido adivinar José Alberto, Malaventura, Antolín, Julitans y Eva. Y Franci, a última hora. Y, evidentemente, no vestía un traje rojo estrecho ni se llamaba Devon, jejejej


A los demás os deseo mejor suerte en la próxima entrega que tendrá lugar mañana.

lunes, 25 de febrero de 2008

NUEVO CONCURSO

QUIÉN TE HA VISTO Y QUIÉN TE VE (1)

Hola amiguitos:

A la vista de vuestro laconismo últimamente, voy a apartar el relato de Madrid y voy a proponer un nuevo juego que espero que sea para vuestro solaz. Consiste en adivinar la identidad (y en su caso, las pregunta relacionadas) del personaje de la foto, por el que han pasado algunos irreconocibles añitos. Y es que... ¡qué razón tenía Rubén Darío con lo de "juventud, divino tesoro!".

Iré adjudicando puntos en función de las cuestiones acertadas. Si os resulta demasiado difícil, iré desvelando algunas pistas.

Nos vamos a estrenar con el siguiente individuo, que quiero dedicarle a mi Esposo. Y las cuestiones son:

  • ¿Con qué famosísimo nombre de ficción pudimos conocer a este personaje? (1 punto)
  • ¿Qué rasgo característico definía su personalidad? (o,5 puntos)
  • ¿En qué serie de televisión aparecía? (o,5 puntos)
  • ¿Cuál es su nombre real? (1 punto)

De momento no hay pistas, solo diré que fue carismatiquísimo en su papel televisivo. Tenéis dos o tres días. ¡Suerte!

viernes, 22 de febrero de 2008

LO TUYO ES PURO TEATRO. Capítulo 5.


Un mediodía de finales de junio llegó la loca con cara de espanto.

- De la que me he librado –suspiraba-, pensaba que ya se me había adosado otra marica, y entonces a ver qué hacemos, que esto empieza a parecer la casa del pueblo.

Me empecé a tronchar, ya me olía otra buena historia.

- A ver, ¿a quién has visto?

- A la Choni.

- ¿La Choni? ¿La de toda la vida? –este asunto prometía realmente.

- La misma que viste y calza. Al salir del vagón del metro, iba yo tan contenta con mi nuevo iscapularriu, regalo de la Manolita, que me lo ha traído de Ibiza, donde es la última moda…

- ¿Un qué…?

- Un escapulario, iscapularriu, como dicen los ingleses de Ibiza… Ya sabes que la Manolita habla idiomas.

- Desde luego que tú cada día estás peor, si eres más ateo que Anguita. Y ya le vale a la Manolita lo bien que vive, que está todo el día, o de viaje, o gastando perras…

- Pero no me niegues es que no es divino mi escapulario, mira qué mono me queda puesto –me mostraba un cordoncito sencillo, colgado del cuello, con una imagen de plástico de la Virgen del Carmen.

- ¡Para lo que han quedado los símbolos religiosos en la cultura gay! Jajajajaja. Desde luego que no habrá ahora quien afirme que en Chueca no sois unos iconoclastas. Jajajaja

Empezó a mirarme con intenciones homicidas. No fallaba. Tecnicismo cultural igual a riesgo de asesinato.

- Bueno, sígueme contando.

- Eso, que salgo del vagón volando hacia las escaleras de la estación de Alberto Aguilera, cuando oigo a mis espaldas: “¡Aaaaaaaaaayyyyyyyyyyyyyyy! ¡No me lo puedo creer!”, con ese tonillo tan de loca plumífera que ya conocemos. No me he dado por aludida porque he pensado: ¿quién leches me va a conocer aquí en la capital? Sigo andando, haciéndome la sueca, y oigo otra vez: “Oyeeeeeeeeee, ¿no me digas que tú también estás en Madrid?”. Se me ha hecho un nudo en la garganta, tú sabes que esa voz es inconfundible. Temiéndome lo peor he pensado “pies para qué os quiero” y he aligerado el paso sin echar la vista atrás, a ver si acaso me lo quitaba de encima. Intuyo que se me ha quedado mirando y al final ha creído confundirse de persona. Me muero si se me pega como una lapa. No quiero a mi lado una loca como ésa.

Es por este motivo que la loca no quiere que la llame loca. Hace unos días, me llamaba por teléfono para quejarse del nombre que le había puesto en este relato imposible: “¿Es que ya no te acuerdas de lo que es una “loca” en nuestro argot?”. Inmediatamente he recordado el incidente del metro, con la Choni, y he caído en la cuenta: una mariquita excesivamente ordinaria y amanerada. “Además, que si yo no tenía ningún vestido fucsia, que si no nos encerramos en la cocina, sino en el baño…” Es lo malo de hacer una novela interactiva, que los protagonistas tienen derecho a réplica. “Uf”, he zanjado el tema rápidamente: “Bueno, y si no fue así, probablemente fue peor, ¿no te parece?”. “Eso sí, mari, eso sí”. Con todo, he entonado el mea culpa y he prometido enmendarme. Algún privilegio de elección tendré que otorgarle por relatarme las aventuras olvidadas. Y parece que el nuevo sobrenombre que le he puesto no le disgusta tanto. De todas formas, no hay como amenazar a tus personajes con encasquetarles a un tío feo como novio, o matarlos en el último capítulo, para que te guarden el debido respeto.

La Choni, efectivamente, era el prototipo por excelencia de la pluma gay. A los dieciocho años, aquella homosexualidad silenciada con vergüenza por sus padres era ya un hecho incontestable. Su madre soportaba, apretando los labios, las maledicencias de sus amigas en la misa de las ocho. Su padre, harto del chismorreo vecinal, irrumpió en su cuarto una tarde de estudios y, sin mediar palabra, le calzó dos bofetadas que todavía hoy resuenan en sus peores sueños. “¡Dime que no eres maricón, dímelo!”. La Choni, a los pocos días, lió un petate y se largó a Madrid, a desquitarse. Desde entonces no habíamos vuelto a saber nada de él.

- Pobre Choni, si era siempre el hazmerreír del colegio. Anda que no aguantó palizas… ¿Te acuerdas que siempre iba agarrado del brazo de su madre, a hacer la compra al Cecoa? La tía hipócrita, lo trataba como a una mascota. Bien que le gustaba tenerlo como un perrito faldero, y luego se quejaba amargamente de que su único hijo varón le hubiera salido rana.

- Si yo no digo nada… Pero paso de que se me cuelgue más gente aquí en Madrid. Yo me he buscado la vida ¿no? Pues allá cada uno. Además, que yo me he venido para acá huyendo del pueblo y ahora Princesa parece un sucedáneo de la Calle Real.

La Yanqui escuchaba todo, con la antena parabólica bien orientada, desde la cocina.

- ¿Sabéis que yo también la he visto hace poco en El Corte Inglés? –intervino, sin dejar de vigilar las albóndigas que yo le había enseñado a cocinar el día antes-. ¿No te has fijado en cómo ha adelgazado?

- ¡Anda ya! Si siempre ha sido una vaca burra –se burló Divina, sin dejar de atusarse el escapulario.

- Mari, el Evangelio te estoy diciendo. Y tiene un chulazo de novio que no te lo creerías.

- Eso lo tengo que ver yo con estas gafas –gesticulaba con énfasis.

La Yanqui intentó convencernos con una rotunda onomatopeya que de nada le sirvió. Ante nuestras incrédulas caras, añadió:

- Que sí, coño. Que tiene un novio macizorro. ¡Que yo lo he visto! El Evangelio os digo: primero y segundo testamento.

Ése era el momento en se disipaban todas las dudas. El Evangelio era el santo y seña que utilizaba la Yanqui para aseverar y dar fe de una verdad irrefutable y fidedigna, conocida de primera mano. Pero si, además, mencionaba los testamentos con tanta erudición (primero y segundo), era como jurar por su santa madre. Todos la creíamos entonces como a un gurú. Callábamos dándole la razón y asentíamos. Era el amén de la conversación.

- Bueno, pues eso no ha sido todo, que hoy me he ido encontrando con todo el pueblórum. Lo que yo digo: Madrid es cada vez más vulgar –prosiguió Divina-. También he visto a la Trini.

- Yo ésa no sé quién es –dijo la Yanqui-, ¿es tío o tía?

Ciertamente, llegaba un punto de nuestra cháchara en que se producía tal confusión de géneros gramaticales que no acertábamos a comprender si nuestros deícticos se referían a un hetero, un gay, una lesbiana, una transi o una cucaracha infiltrada. Hasta el Fernan tenía el honor de ser tratado en femenino, a él no le molestaba en absoluto. Por cierto que por aquellos días debía de estar revoloteando bajo alguna nueva falda, porque solo se pasaba para cenar; el peta móvil había vuelto a desempeñar su otrora función de reposapiés; y, en su funda, del rincón en el ángulo oscuro, de su dueño totalmente olvidada, silenciosa y cubierta de polvo yacía la guitarra. O eso, o es que por fin había conseguido la última versión de Holocausto caníbal, su peli favorita, y estaba devorándola en su otra casa.

- Una tía.

- Una tía… ¿nacida mujer?

- Una mujer nacida mujer, ay Yanqui, parece que no conoces a nadie. ¿Cómo no vas a saber quién es la Trini?

- ¿Y qué quieres? –respondió, indignada-. Ahora saco la bola de cristal para que me diga quién es la Trini esa.

Divina la ignoró.

- Pues ha entrado en la tienda y nos hemos puesto a cascar. Otra que ha acabado hasta las tetas de servir en bares, como el Ulises. Se ha hecho de un número 900 de ésos y ahora atiende una línea erótica, ¿qué os parece? Y tan a gusto que está. Va con su móvil a todos lados y si la llaman, se disculpa contigo y se pone a gemir y a decir guarradas. Luego cuelga y te sigue hablando como si tal cosa.

En ese instante el tiempo se detenía y yo, apurada siempre por el estrés de los transbordos, la multitud y los horarios de apertura y cierre de mi trabajo, saboreaba minuciosamente cada una de las historias que, como dos abuelas lugareñas, me iban relatando aquellas dos camaradas chifladas, al abrigo de una mesa cochambrosa en un salón infecto lleno de ratones. Con el conocimiento de esas vidas insólitas, se iba desprendiendo de mí el cascarón de la autosuficiencia, e iba quedando al descubierto un alma en desamparo a la que todavía le quedaba por estrenar una inédita capacidad para la sorpresa.

A la Divina le encantaba hacer rabiar a la Yanqui apostillando todas nuestras charlas.

- Y esto sí que es el Evangelio, Yan.

La Yanqui la miró con desdén y se internó de nuevo en la cocina. Pero antes exclamó:

- ¡Anda que el cuarto de baño no tiene mierda! ¡A ver a quién le toca esta semana!

La Diva y yo nos miramos mutuamente evadiendo responsabilidades. Si no éramos ninguna de las dos, sólo cabía una opción: el armario-ropero. Otro que llevaba dos días sin aparecer por casa. Íbamos listas si pensábamos tener limpieza esa semana. Nos pusimos a bromear, a espaldas de la Yanqui, sobre lo que se estaba prolongando aquella última entrevista de trabajo, hasta que recordamos que quedaban pocos días para la fiesta del Orgullo y cambiamos rápidamente de tema.

- Conmigo no cuentes –advertí, resignada-. Este domingo abrimos y no salgo hasta las ocho. Me pierdo el desfile y el conciertazo ese de Tamara, que tanto le gusta a la Yanqui. Prefiero no hacer planes.

- Tse, de desmoralizarse ni mijita, que el viernes por la noche ya hay mucho ambiente: tú te vienes conmigo y con la Fefa a Chueca. Ya verás qué mona vas a estar con un modelito que te voy a customizar yo.

¿No he hablado nunca de la afición de la Diva por disfrazar al pobre infeliz que cayera en sus manos? Eso es harina de otro costal. En esta ocasión, la broma consistió en comprar una camiseta de tirantes anchos de quinientas pesetas, abrirla por la mitad con unas tijeras, como si se le estuviera practicando una autopsia, y volverla a cerrar con veinte o treinta imperdibles de mercería. Cinco minutos tardamos en diseñar la obra de arte.

Desde luego que yo ese verano estaba muy necesitada de cariño, porque aún hoy me pregunto cómo me dejé convencer para ponerme aquel andrajo.

Continuará.

sábado, 16 de febrero de 2008

TRIBUS URBANAS


Queridos amiguitos:

El sábado 24 de mayo celebraremos en el patio el cumpleaños del Esposo. ¿Que por qué avisamos tan pronto? Sencillo. La fiesta va a ser de disfraces, como ya hemos comentado alguna vez, y además, temática. El motivo de los disfraces será: TRIBUS URBANAS. Nos ha parecido amplio, divertido y con accesorios fáciles de conseguir. Sólo ponemos tres condiciones:

1ª) Es imprescindible venir disfrazado para disfrutar de la fiesta. Si alguien es tremendamente pudoroso, que se coloque algún accesorio con el que lo podamos identificar. Si no, le tocará hacer de niñero/a de la Zampa.

2ª) ¡QUEDA ABSOLUTAMENTE PROHIBIDO DECIR A NADIE DE QUÉ SE VA A DISFRAZAR UNO! Tiene que ser una sorpresa, así será más emocionante averiguar con quién tendremos que hacer pandilla esa noche.

3ª) Uno no puede ir vestido de la tribu urbana a la que pertenezca. Es decir, ni el pijales podrá vestir de pijales, ni el macarra de macarra, ¿entendido? Hay que sorprender.

Por último, y para los más despistados, os damos unas ideas:

- HIPPIES: melena, campanas, cintas en el pelo, emblema de la paz, flores, colgantes, fulares...
- HEAVIES: melena, cuero, pantalones pitillo, pañuelos de calaveras, gorras de Iron Maiden, muñequera de pinchos...
- PUNKIES: crestas y pelos de colores, pantalones elásticos, botas militares, pendientes y piercings por un tubo, chapas, cadenas, todo tipo de tejidos tachonados...
- PIJOS: ropa de marca, pantalones de pinzas y jerseys con cuello de pico lacoste, gomina o mechas, perlas, tacones finísimos, zapatos castellanos...
- PAMPIS: chándal y zapatos negros de pico con calcetines blancos, cadenas, esclavas y anillos de oro, camiseta interior blanca con tirantes, camela...
- GÓTICOS, ROCKEROS, MODS, GRUNGES, EMOS, SKA, AFROS...

Aquí tenéis una web donde ilustraros:

http://www.telefonica.net/web2/elcodigo/tribus/index.htm

¡Ya os podéis ir preparando!

miércoles, 13 de febrero de 2008



Quiero que sepan que a partir de ahora van a tener delante de ustedes a la proclamada "Jueza instructora" del expediente disciplinario abierto a un alumno del instituto. Lo digo para que, ya que me ha caído el marrón, por lo menos me sirva para hacerme respetar. Pueden llamarme "Señoría" de ahora en adelante.



(¡Por favor, que alguien me ayude!)

NOCIONES BÁSICAS PARA ESCRIBIR UN COMENTARIO

1.- Pinchamos en "Comentarios", vínculo que aparece justo debajo del artículo.
2.- Aparecerá una nueva ventana con los comentarios escritos por los lectores, con un cuadro en blanco a la derecha.
3.- Escribir nuestro comentario, procurando dosificar la mala leche.
4.- Verificar la palabra que nos muestran, copiándola de nuevo.
5.- Elegir identidad con la que se publicará nuestro comentario; si no estamos dados de alta en Blogger, utilizaremos: "Nombre/url" y nos identificaremos en el recuadro inferior donde pone "nombre"; por ejemplo: Miguel.
6.- Pinchar en: "Publicar comentario".
7.- Comprobar si se ha publicado y brindar por ello.
8.- Si no es así, cagarse en la puñetera informática.

viernes, 8 de febrero de 2008

LO TUYO ES PURO TEATRO. Capítulo 4.


El primo de la Yanqui llegó como un halo de luz sobre aquellas paredes ocres. Era un chico callado, risueño. Estaba de visita en Madrid con su novia, que se quedaba a dormir en casa de unos tíos, en la que él, siendo novio y no marido, tenía vetado el hospedaje, así que le dimos cobijo en nuestra fonda. Del fin de semana solo recuerdo que la Yanqui apenas se dejó caer por allí, absorbido laboralmente por las rebajas de julio; y que la loca, mi hermana y yo, tiernamente compadecidas, decidimos adoptar al invitado para que no se sintiera solo.

Cenábamos en la mini mesa del salón mientras la loca amenizaba la velada con el relato de sus vicisitudes profesionales, regalándonos con su particular socarronería. El Fernan se adosaba, trayéndose su comida del chino, y entre todos formábamos una bonita familia madrileña. Por la noche, el Juanpa, que así se llamaba el primo, dormía en un colchón en el suelo, sin importarle para nada las pelusas esquivas, el chasquido nocturno de los ratones, el gorgoteo incesante de la pecera, las migas desparramadas de la mesa, los bártulos del peta-móvil estorbando por doquier o la inquietante negritud que lo invadía todo. Mi hermana y yo ocupábamos la cama de mi habitación, y la loca perdía el conocimiento en un after cualquiera, rodeada de gogós y futuras promesas del porno.

Al día siguiente por la mañana, el Juanpa se fue a pasear con su novia, el armario-ropero se quedó en la cama un ratito más, y la Yanqui volvió a su rutina de doblar jerséis, colocar perchas y tomar los bajos de los pantalones a las señoras. Yo, antes de marcharme a Cortefiel, dejé a mi hermana bien pertrechada con un plano del metro y quince o dieciséis folletos museísticos, dispuesta a chutarse su profiláctica sobredosis artística. Al salir por la puerta, nos cruzamos con la loca, que volvía de su nocturna velada con unas pupilísimas ardientes. Libraba ese día.

- Ay, mari, ¿dónde vas? –le preguntó a mi hermana, ansiosa por no poner un pie en el piso.

- Al Museo del Prado, ¿te vienes?

Iba a decir que sí, por supuesto, cualquier plan iba a ser mejor que quedarse en casa un día libre, pero justo en el instante antes de responder, se iluminó una bombilla en su cabecita:

- Pero… vamos a ver… En el museodelprado ese… ¿qué es lo que se ve?

Nosotras nos miramos con complicidad antes de soltar una risotada rotunda.

- Uy, qué poquito te ha faltado para no ir sola, hermanita… -reí, golpeándole la espalda con ironía.

Ante la certeza del peñazo que le esperaba en Recoletos, la loca, en lugar de aprovechar el hueco de la cama y echarse a dormir, mudó propósito. Se duchó, se perfumó y llamó a la Manolita, su amiga del alma, que, como de costumbre, regresaba de la Calle Velázquez después de haberse gastado quinientos euros en unas zapatillas deliciosas de Prada y otros dos mil quinientos en un exquisito traje de chaqueta de Armani. Dolce Gabanna, Jean Paul Gaultier o Gucci eran otros de sus mentores A la Manolita le producía urticaria toda prenda de vestir que apestara al Sepu. Era una elitista.

La Manolita vivía con su señor esposo en un ático reformado de 200 metros cuadrados, al lado de Hortaleza, en pleno Chueca, en el cual destacaba, por encima del jacuzzi ergonómico o la descomunal terraza con vistas al ambiente, una pantalla de televisión de unas cien pulgadas aproximadamente. Tal magnitud era imprescindible para poder apreciar, en toda su calidad sonora, el chirriante cántico espiritual de los insultos del Tómbola, que daban cada viernes en el Telemadrid. Su estilo de vida era opulento y consumista, nada merecía la pena ser reciclado o donado: todo se tiraba y se sustituía por el último modelo, la última colección, el último grito. Yo me escandalizaba tanto, que a veces me costaba dormir por las noches, pensando con ansiedad en los televisores, teléfonos y ordenadores portátiles que habrían tirado a la basura en los últimos seis meses.

Llevaban juntos más de diez años y formaban un marimonio bien avenido. Su historia de amor era, no obstante, digna de una tragedia griega. Predestinados desde adolescentes, y enamorados perdidamente el uno del otro, convivían sin prejuicios. Se compenetraban en los asuntos domésticos y también en los trascendentales. Pero como en toda tragedia, un conflicto insoslayable se interponía entre ellos consignándolos al cruel destino de vivir juntos sin poder gozarse. Su incompatibilidad sexual era inexorable. Ambos asumían con resignación su ingrata fortuna, buscando en otros cuerpos lo que no podían compartir en los suyos propios. Habían sellado un pacto tácito de ofenderse mutuamente lo menos posible, evitándose testimonios explícitos de sus escarceos amorosos. Y entre infieles ayuntamientos lo iban sobrellevando.

El esposo solía quedarse los sábados por la noche en casa, viendo el cotilleo televisivo, en tanto que la Manolita se despendolaba, con la loca o con el último inglesito que hubiese conocido vía internet, en la Ohm, templo efímero del glamour gay del ambiente capitalino.

La discoteca Ohm se encontraba en pleno corazón de Madrid, en la misma plaza Callao. Contaba con cuatro disc-jockeys de música house, al compás de la cual danzaban, en lo alto de dos plataformas, sendos gogós masculino y femenino de esculturales cuerpos. La fauna oriunda de la Ohm era una mole humana nictálope y sudorosa, que acechaba, en las esquinas cercanas a los servicios, a su narcosuministrador de ketamina-Special K (analgésico caballuno), cocaína, pastillas de diseño, speed o éxtasis líquido. Solo el que consiguiera aprovisionarse de alimento suficiente para toda la noche, podría sobrevivir a la embestida musical que se prolongaba durante horas y horas. De esta forma actuaba también el determinismo darwininano. Los más débiles iban claudicando y se extinguían, con la tortura acumulada en los huesos, a la espera de los buhometros, que eran los encargados de ir recogiendo, desde las 0,45 hasta las 05,45 de la mañana, parada por parada, los despojos humanos que iban defecando las discotecas. El buhometro era el camión de la basura de la Ohm. Yo solía ser, a las tres de la mañana, una especie en peligro de extinción, que aguantaba el bostezo agónico hasta que alguno de éstos se aburría también, ahíto de buscar una presa sexual a la que hincarle el diente, y me acompañaba a casa. No era más que un animal doméstico en aquel atroz ecosistema silvestre.

El sábado por la noche llegué a casa del curro, cansada. Allí estaba mi hermana, el Juanpa y el Fernan. Me puse las chanclas y me tumbé, como una zombi, en el sofá. El Fernan guitarreaba un poco, mi hermana leía y el Juanpa veía la tele. En un día habíamos formado ya un consorcio tradicional. Llegó un momento en que nos encontrábamos tan relajados, que olvidamos por completo la premisa vital que la Yanqui había imprimido a fuego en nuestras frentes. Conversábamos serenamente cuando llegó la loca, con una resaca de día y tres cuartos.

- Hola mari –le saludé, como de costumbre. Sus ojos se clavaron en los míos como un cuchillo de matanza. Qué habré dicho, pensé.

- ¿De dónde vienes, de la Ohm? –bromeó mi hermana, al contemplar su cara cadavérica, que, al hilo de nuestros comentarios, iba palideciendo cada vez más. El Juanpa nos miraba impasible, sin entender nada. La loca nos estaba advirtiendo con la mirada que paráramos ya de emplear el argot plumífero. Captamos la indirecta y callamos. Pero el Fernan, con la cabeza metida entre acorde y acorde, no se había coscado aún; así que elevó la vista y, mientras seguía rasgueando la guitarra gritó:

- ¿Has estado con la Fefa? ¡Hace unos días que no se pasa por aquí!

Mi hermana y yo contuvimos la risa, ruborizadas, y temiendo ser las causantes de la hecatombe familiar de la Yanqui, nos fuimos escurriendo por el pasillo, precedidas por la loca, que daba sus últimos coletazos con el rabo entre las piernas y el terror asomando por sus ojos, hinchados en sangre alcohólica. El Fernan, feliz, siguió tocando una y otra vez arropado por la ingenuidad del primo. Nos encerramos en la cocina y allí dimos rienda suelta al atracón de reír que nos estaba asfixiando.

- Es que ni hecho adrede se puede meter tanto la pata, macho.

- Sólo nos ha faltado preguntar por el marido de la Yanqui. Desde luego, si a estas alturas el primo todavía no se ha dado cuenta de que esto es un nido de maricas, es que es un santo varón.

- Yo por lo menos estoy borracha, pero es que vosotras… vaya cuajo que tenéis las dos.

Y jajajajajaja sin parar, con las lágrimas explotándonos por los ojos y más rojas que la muleta de un torero.

¿Qué si advirtió finalmente que en ese piso había más pluma que en un gallinero? Indicios hubo, desde luego. ¿Qué no le importó un carajo o lo consideró tan natural como la vida misma? Pues no hallo otra explicación. Porque si no… ¿por qué volvió a visitarnos a los quince días, encantado de la vida, y esta vez sin la novia?

Cuando le pregunto ahora a la loca que qué hicimos para que se sintiera tan a gusto, a pesar de la represión dictatorial impuesta por la Yanqui, me contesta, llanamente: “Pues ser nosotros mismos”. A lo mejor es que la Yanqui, como la Fefa, como el armario-ropero, como la loca también, eran los que no se querían dar cuenta de que hay verdades tan vociferantes, que hasta traspasan los armarios. Esos armarios repletos de pósters gays que han sido condenados a la vergüenza de ser desalojados de las paredes.

(Continuará)

domingo, 3 de febrero de 2008

RELIGIÓN VS. EDUCACIÓN PARA LA CIUDADANÍA


Hace poco, Malaventura abría un post en su blog (http://esquinamalaventura.blogspot.com/), manifestando la inerte finalidad de la asignatura Educación para la ciudadanía: competir con la Iglesia en la enseñanza de valores a los jóvenes. Por otro lado, destacaba también las constantes incongruencias en las que incurría la Biblia (en concreto el Antiguo Testamento) y la apología que se hace, en muchos de sus pasajes, de la violencia, la discriminación, el racismo y el sexismo.

Me he puesto a contestar a su artículo (tarde, pero es que me tenéis toda liada con mi relato folletinesco, ¿qué os creíais? ¡que no sólo de extravagancias gays vive el hombre!) y me ha salido un sermón tan largo que creo más conveniente publicar aquí.

Sobre las diatribas hacia el Antiguo Testamento (Biblia Judía, no olvidemos), me temo que serán fácilmente rebatidas por cualquier exégeta, aduciendo que se trata de un testimonio antiquísimo (y tiene razón, mientras que los últimos libros en escribirse, los poéticos y sapienciales, se finalizaron hace un millar de años; los primeros orígenes orales están en el siglo XIII a.C., con Moisés, o sea, en la Prehistoria), poblado de anacronismos y de referencias culturales a la época (enfrentamientos raciales y geográficos, torturas y maltratos, misoginia, fariseísmo, sodomía, etc.); y que es el Nuevo Testamento (Biblia Cristiana) el que, al adoptar la vida, obra y milagros de Jesucristo, tomándolo como Mesías, sirve de ideario, inspiración y liturgia a la actual Iglesia Católica. Y sobre las enseñanzas de Jesús poco se podrá alegar, pues son todas ellas pioneras en la exaltación de la igualdad y la solidaridad humanas (denuncia de la pobreza, la envidia o la codicia; crítica tenaz a la marginación de los enfermos, menesterosos o prostitutas; defensa de la igualdad entre todas las personas, etc.). Si cabe, se le podrá criticar a Jesucristo la osadía de presentarse ante todos como Hijo de Dios; aunque tampoco, pues no sólo pagó con su vida tal atrevimiento, sino que el éxito que tuvo su propuesta está a la vista de todos.

En parte estoy de acuerdo con ese argumento y creo que hay que interpretar todas esas referencias como uno leería actualmente la Odisea, de Homero: como un texto mitológico con fuentes históricas que está en las raíces de nuestra cultura. El que se crea todavía lo del diluvio universal, la expulsión del Paraíso o que las aguas del Mar Rojo se dividieron para dejar paso a Moisés, tiene un serio problema de conceptos. La culpa reside en la forma de abordar las catequesis y la asignatura de Religión Católica en las escuelas: como fuente de adoctrinamiento escolástico, en lugar de como un ejercicio para la formación humana y el ensanchamiento espiritual (que es para lo que, en definitiva, sirve una religión). No es ésta una propuesta nueva: el reformismo intimista del culto eclesial ya lo propugnaba Erasmo de Rótterdam en el siglo XVI. Por otra parte, el temor a las penas del Infierno y otras lindezas han sido denunciados en incontables obras artísticas de carácter anticlerical: desde el Lazarillo de Tormes (siglo XVI), a la película “El bosque”, de M. Night Shyamalan, por poner un ejemplo más actual; pasando por los cómics de “Paracuellos”, de Carlos Giménez, un estremecedor testimonio gráfico de la posguerra española del que hablaré en otro momento.

Así, a los niños se les llenan las cabezas de pájaros (y la Santísima Trinidad es solo uno de ellos). Luego, cuando estudian en el instituto las asignaturas humanistas, sienten, aturdidos, que la misma escuela les está tirando por tierra los esquemas y dogmas que previamente les había enseñado. En la poca literatura que imparto (por obra y gracia de la LOGSE), en la que se abordan constantemente temas de cariz moral, religioso o filosófico, me veo muy a menudo en la tesitura de desflorar la virginidad pensante de mis alumnos. Y a veces me miran como quien está descubriendo de repente que los Reyes Magos son los padres.

Me viene ahora a la memoria una escena de la película “Lugares comunes”, de Adolfo Aristaráin, en la que Federico Luppi, profesor de Literatura obligado a prejubilarse por su militancia política, imparte una última y magistral clase a sus pupilos de filología, a los que exhorta (mucho más inteligentemente que el profesor Keating de “El club de los poetas muertos”), para cuando tengan que hacer frente a su tarea docente, a “imprimir en sus alumnos el DOLOR de la lucidez”, de la que, dicho sea de paso, no hay regreso. Ese principio metodológico les será mucho más útil que cualquier bibliografía de nombres, títulos o recursos retóricos: enseñarles a pensar por ellos mismos, aunque les duela.

Pues eso mismo me parece estar haciendo en muchas ocasiones. Porque la religión ha estado, durante los escasos quince o dieciséis años de vida de estos adolescentes, pensando por ellos, decidiendo por ellos, valorando el bien y el mal por ellos. Si la Religión Católica saliera de las escuelas (como asignatura, porque como Historia de la humanidad está presente en todas las demás, quién va a negarlo: arquitectura, escultura, pintura, música, literatura, filosofía…), los niños sabrían distinguir perfectamente lo empírico de lo trascendente, y asumirían su confesión religiosa como una opción personal y familiar a la que acudir para sofocar sus inquietudes espirituales, y no como un dogma equiparable a las tablas de multiplicar. De hecho, la Teología es la única disciplina con calidad de carrera universitaria que es científicamente indemostrable, y que basa todo su entramado intelectual en un ardid metafísico del que no se tiene constancia alguna: la existencia de Dios. La religión no es ya el opio del pueblo: es un gigante con pies de barro que se ha hecho tan grande, tan inmenso... que ha llegado a cubrirnos a todos y ya nadie lo ve.

Sobre la Educación para la Ciudadanía, creo que tendré que abrir un post nuevo ¿no?