miércoles, 27 de agosto de 2008

QUIÉN TE HA VISTO Y QUIÉN TE VE 13.

Este señor es cantante, ¿no? O al menos lo era. Ochentero, como la mayoría de personajes que salen en esta sección. Me conformo con que me digáis su nombre, el de su grupo y el título de alguno de sus éxitos (3 puntos).

jueves, 21 de agosto de 2008

TEATRO CLÁSICO

Edipo significa, en griego, “pies hinchados”. El pasado martes asistí a la representación de la tragedia de Sófocles Edipo Rey, del “Festival de Teatro Clásico” de Mérida. Lo de los pies lo aclaro porque sería de esta zona de la que se resentiría el personaje toda su vida, y hasta la mitad de la obra en que aclararon este punto, no pude comprender la histriónica manera de moverse por el escenario del actor protagonista, Ernesto Alterio, cuyos inverosímiles desplazamientos cojitrancos se me antojaban una reminiscencia del inefable Chiquito de la Calzada. Si a ello le sumamos una artificial forma de engolar la voz (con un acento que a duras penas podía disimular su genética raíz argentina), tenemos una mítica tragedia griega, con una sencilla pero emocionante puesta en escena (me encantó el original tratamiento del coro) y unos actores dignísimos… tirados a la basura porque la actuación del que había de ser el soporte maestro de la obra renqueaba, como Edipo. Le eché la culpa al director, Jorge Lavelli, por haber descuidado esos tics de su actor principal, aunque ahora dudo de que Alterio-hijo hubiera dado más de sí. Es una pena, porque ya digo que la obra, en su conjunto, merecía la redundancia.

Las dos obras de teatro clásico a las que he podido asistir este año en el Festival de Mérida (Las Troyanas y ésta) han tenido poco éxito de público. La primera fue excesivamente larga y, creo, demasiado verbal, para lo que estamos acostumbrados con el teatro-performance contemporáneo. A mi me fascinó, sin embargo. Quizá porque unos días antes había refrescado en mi memoria la historia de la guerra de Troya, por lo que ninguna de las anécdotas o nombres que se mencionaban en la representación me eran ajenos, y por tanto, pude seguir perfectamente el argumento.

Pero he de admitir que al teatro clásico hay que ir con los deberes hechos. Se trata de representaciones basadas en textos primigenios, que de sobras deberíamos conocer (no suele ser así ni siquiera para los que deberíamos estar más ilustrados en el tema) para poder apreciar sus matices. Y que suelen estar sustentadas más en las actuaciones de los actores y en sus monólogos y diálogos, que en la escenografía (desnuda la mayoría de las veces, ¿o es que se necesita ornamentación alguna en un teatro tan fabuloso?), los efectos especiales o la interacción con el público (inexistente). Al espectador del siglo XXI le pueden parecer demasiado simples, aburridas, o cargantes estas obras clásicas. Y si algún director se pasa de original (¡dios mío, qué horripilante representación de Lisístrata tuvo lugar hace unos años!), despista al espectador intelectual y hace flipar al desacostumbrado.

Quizá otra de las causas de esta desconexión del público actual con el teatro clásico sea que las tragedias que plantean Edipo, Medea o Antígona nos sean muy lejanas hoy día. Probablemente no entendamos esa relación tan complicada entre hombres y dioses, o el sangriento y funesto final. Las tragedias griegas tenían una finalidad moralizante y purificadora. Pretendían causar en el espectador temor, arrepentimiento y propósito de enmienda, y mostrarles las terribles consecuencias que les podía esperar si se dejaban arrastrar por sus pasiones, como les ocurría a sus protagonistas. Esa catarsis ya no es posible en los tiempos que corren. Por otro lado, no hay que negar que en la actualidad, el teatro es una alternativa de ocio poco atractiva para quienes pueden recurrir a una espectacular y efectista sesión de cine o sumergirse en las conseguidísimas aventuras gráficas de los vídeo-juegos.

De nuevo, la clave está en los conocimientos previos. En mi tarea docente, cualquier explicación sobre historia de la literatura me remite una y otra vez a la Antigüedad Clásica, por lo que tengo que ponerme las pilas retrospectivamente. Estas mínimas pinceladas me han venido de perlas para apreciar y disfrutar mejor las obras teatrales que voy a ver. Y aún así, a veces salgo desconcertada.

Por eso me reitero en mi consejo de asistir al teatro con “los deberes hechos”. A lo mejor una simple aclaración sobre la identidad de los personajes sea suficiente. En una ocasión me colé en una ópera y quise fenecer de indiferencia: mea culpa, por meterme donde no me llaman. Me hubiera pasado lo mismo en un partido de fútbol. La ignorancia castiga con el aburrimiento.


EDIPO REY. Preámbulo.

A Edipo, su padre Layo, el rey de Tebas, lo mandó abandonar, recién nacido, en el monte Citerón, con los pies perforados y atados con una cuerda. Su temor era que se cumplieran los presagios del oráculo, que había vaticinado que su hijo acabaría asesinándolo y desposándose con su propia madre. Lo que el infeliz Layo no sospechaba es que el siervo que lo debía abandonar, compadecido, lo entregaría a otro hombre y el pequeño Edipo sería criado por otro matrimonio de la ciudad de Corinto (otras versiones cuentan que fue un pastor el que lo encontró, colgado por los pies, de un árbol).

La ignorancia del pobre cojuelo sobre su origen verdadero, junto con una incapacidad por resolver los consiguientes vaticinios de los dioses, harán desencadenar la tragedia. Edipo huirá de sus padres adoptivos, creyendo así poner remedio a su desdichado porvenir y se dirigirá a Tebas para derrotar a la temida Esfinge. Durante el trayecto se enfrenta con un hombre arrogante, que osó apartarle del camino de un manotazo, y lo mata: es el mismo Layo. Una vez en Tebas, averigua el enigma de la Esfinge (¿cuál es el ser vivo que camina a cuatro patas al alba, con dos al mediodía y con tres al atardecer?: el hombre, que siendo un bebé gatea, anda sobre las dos piernas a lo largo de su vida y, al ser viejo, apoya su bastón como un tercer pie), que es derrotada y muere. El pueblo tebano lo recompensará entregándole el trono de la ciudad y a la reina Yocasta, su madre, como esposa. Poco después, las plagas y la peste se adueñarán de la ciudad, como castigo de los dioses porque el verdadero asesino de Layo no ha pagado por su crimen.




El otro personaje es el vidente ciego "Tiresias", representado por Juan Luis Galiardo.

martes, 19 de agosto de 2008

TARKAN: "KISS, KISS".

Anónimo pablo-sam dijo...

a ver si os gusta otra de turkish music:

http://es.youtube.com/watch?v=o1AN-h2qn1Y&feature=related

blanca si puedes colgar el video???

julitans, a ver si te gusta?



A MANDAR.

(Yo creo que este grupo es un pelín mariquita, sin acritud, ¿eh?)

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Anónimo Eva dijo...
Ayyyyyyy, ya he encontrado la canción, es la misma. La tipa se llama Holly Valance y se pasa todo el video medio desnuda, jajaja.

miércoles, 13 de agosto de 2008

CUESTIONES LINGÜÍSTICAS III. GÉNERO Y SEXO: MIEMBROS Y MIEMBRAS


Es frecuente confundir, en gramática, el género de las palabras con el sexo del referente que designan. No hay que equivocarse: la palabra niño tiene género masculino, la entidad niño tiene sexo masculino.

El género es una cualidad inherente a los sustantivos, adjetivos, pronombres y determinantes, que permite clasificarlos en masculinos y femeninos (el género neutro latino se perdió en castellano, a excepción del artículo lo y algunos pronombres) y sirve para establecer la concordancia entre los elementos del sintagma nominal y el sustantivo al que se refieren (y que actúa como núcleo de todo el conjunto). El nombre casa, cuando forma un grupo nominal, obliga al resto de determinantes y complementos que lo acompañen a construirse en femenino: La casa pequeña. Para eso sirve el género gramatical.

Sólo cuando el sustantivo se refiere a entidades “sexuadas” puede el género transmitir información de tal tipo: gato (macho) / gata (hembra). En este caso, los mecanismos para realizar la oposición entre masculino y femenino pueden utilizar:

· Terminaciones distintas: -o, -e, Ø para el masculino y –a para el femenino: niño/niña; monje/monja; director/directora.

· Palabras distintas para ambos géneros: hombre / mujer; toro / vaca; yerno / nuera (a estos sustantivos se les llama HETERÓNIMOS).

· A veces, el sustantivo permanece invariable y tienen que ser los determinantes o adjetivos que lo acompañen los que marquen la diferencia de género: el pianista / la pianista. A estos últimos sustantivos se les denomina NOMBRES DE GÉNERO COMÚN.

Sin embargo, la mayoría de los sustantivos no admite variación de género: la palabra mesa es siempre femenina porque admite delante el artículo la, no porque tenga atributos de mujer; por la misma razón, el libro es siempre masculino. La asignación del género en uno y otro caso es arbitraria, no tiene nada que ver con diferencias de sexo. El término miembro designa a una parte del todo, se refiera a un brazo o una pierna; pero su género inherente es masculino. Si se quiere especificar, ¿por qué no hacerlo léxicamente?: Los miembros femeninos de la Academia son cada vez más numerosos.

Este concepto de género inmotivado es el que suele causar la controversia cuando algunos políticos pretender emplear la lengua para explicitar, en el discurso, que se están dirigiendo a hombres y mujeres sin excluir a ningún sexo: “Miembros y *miembras” (Bibiana Aído, Ministra de Igualdad) o “Jóvenes y *jóvenas” (Carmen Romero, ex diputada del PSOE).

Si hay una ley en la evolución de la lengua que ha regido la mayoría de los cambios morfosintácticos de su historia es la llamada ECONOMÍA DEL LENGUAJE, por la que se pretende transmitir el mayor número de información posible empleando el mínimo esfuerzo. Por eso el masculino ha tenido siempre valor extensivo: mientras que “las españolas” sólo se refiere a las personas de sexo femenino; la forma masculina “los españoles” puede tener los dos sentidos, o sólo personas de sexo masculino, o bien “personas” en general, ambigüedad que ha de ser descartada por el contexto en el que se utilice. Por tanto, desdoblar los sustantivos continuamente en masculino y femenino: diputados y diputadas, ministros y ministras (o el aún más patético diputad@os y ministr@s) para intentar demostrar dialécticamente la no marginación de la mujer en la sociedad, va contra la naturaleza misma del lenguaje, y demuestra una gran ignorancia gramatical por parte del orador. Además de ser un vano intento de querer mezclar las churras con las merinas. El movimiento se demuestra andando, no hablando.

Harina de otro costal es la incorporación de la forma femenina a algunos sustantivos que designan profesiones de las que se había venido marginando a la mujer y que, con el devenir de los tiempos, han necesitado de un término femenino que las arrope: la abogada, la jueza o la médica. Del caso inverso también existen ejemplos, y así, hemos de llamar matrón al enfermero que asiste a las parturientas, y no matrona. Pero se trata de dar solución a una necesidad lingüística creada por un cambio social; mientras que el caso del que venimos hablando anteriormente pretende cambiar una realidad social (por muy injusta que sea) forzando primero el cambio lingüístico, lo que es, políticamente, una utopía; y estilísticamente, (además de una falta ortográfica), una cursilería.

jueves, 7 de agosto de 2008

LO TUYO ES PURO TEATRO. Capítulo 10. (Para mayores de 18 años)

El sex shop estaba disciplinadamente organizado en secciones cuya temática venía anunciada previamente en paneles de neón. “Despedidas de soltero”, “Aromaterapia”, “Glamour”, “Juguetes eróticos”, “Libros” y “Lencería sensual” eran las salas que te daban la bienvenida con sus productos “estrella”, expuestos elegantemente en vitrinas de metacrilato. Según se avanzaba hacia el interior de cada una, se iba profundizando en atrevimiento y perversión: geles y vaselinas, velas de incienso y aceites afrodisíacos, estimuladores del clítoris y del punto G, vibradores, consoladores, anillos, huevos, bolas, y kits de sado-maso. En la planta superior se hallaba la sala más grande, dedicada a los vídeos y dvds pornográficos, clasificados por subgéneros, desde los sencillos dúos y tríos homos y heteros, protagonizados por anónimos actores noveles, hasta las más obscenas y retorcidas prácticas que uno sea capaz de pronunciar empleando los prefijos “copro-”, “sado-” o “zoo-”, interpretadas por reputados actores del panorama nacional e internacional.

La literatura erótica era recurrente: en el apartado de los más vendidos se anunciaban títulos de éxito sobre las 69 mejores formas de satisfacer a tu amante, o el nuevo Kama Sutra lesbiano, sin desdeñar los dedicados a la pareja multiorgásmica o al arte del sexo oral.

Nuestras miradas se perdían en aquel paraíso del consumo erótico-festivo. Nos atraían, sin lugar a dudas, los pintorescos juguetes del sexo, que tan candorosos se ofrecían a nuestra vista, pero hubimos de sucumbir primero ante aquellas muestras del mal gusto que suponían los expositores de la lencería fulanesca. Las descripciones de los productos habían sido redactadas por un experto en la persuasión lingüístico-carnal: “Seductor tanga abierto de tul rojo con detalles en negro originalmente unido con escuetos lazos que te podrás desatar suavemente”; o “excitante y exótico tanga de finas perlas y encaje superior de perlitas en forma de V”; “provocativo e insinuante body abierto de blonda totalmente transparente con abertura en zona clave para practicar cualquier tipo de estimulación (el éxito está garantizado)”; “lujoso conjunto de 3 piezas que incluye corpiño rojo de cuero con liguero, tanga y medias de red incorporados”; “delicioso semitanga comestible de caramelo o chicle, sabor piña colada, con el que tu pareja podrá quitarte el tanga de una forma muy divertida y dulce”; “preciosos cubrepezones de satén, con brillantes negros y flecos de cuero con los que vestirás de una forma juguetona y original tus senos”; “fascinante picardías abierto, transparente, con bordado y lentejuelas en el pecho, unidos por tiras elásticas en forma de araña que se unen en el centro en una bonita flor bordada”; o la “impresionante bata abierta con plumas de marabú, a juego con un sugerente antifaz satinado y esposas de leopardo, para atrapar a tu amante en un excitante juego amoroso”…

Uf, estaba atragantada. Demasiados detalles para mi inmaculada retina. Pasamos a la vitrina de las pijas, que tanto nos habían llamado la atención desde el primer momento. Algunas tenían una ventosa en su base para poderse adherir a cualquier zona de la casa: el suelo, la pared, la ventana, y así provocar posturas y movimientos dispares. Otros eran simples consoladores con cinturón para prácticas compartidas. Los vibradores añadían a los modelos básicos su compleja tecnología, pero, al fin y al cabo, no eran más que robots fálicos multifuncionales que, por mucho que rotaran o vibraran, despidieran olores, sabores y sensaciones varias al tacto, no dejaban de tener una única finalidad introductoria. Nada original: sólo meter y sacar.

Aunque, para ser realmente sincera, he de asumir la angustia que me causó un imponente falo de látex, del tamaño del antebrazo de un halterófilo, que, según prospecto, había sido diseñado para la práctica del fist-fucking. Me embargó una mórbida aprensión fisiológica: “qué obsesión tienen los hombres con meter cosas enormes en la vagina, ni que esto fuera una saca sin fondo, coño”, pensé. El mito popular de la vagina dentata devora-penes acudió a mi mente como una reminiscencia defensiva: “Menuda sorpresa se iban a llevar estos puñeteros morbosos si les pegara un muerdo”.

Divina adivinó mi desasosiego:

- Eso sólo lo compran los gays, mari.

No fue gran consuelo, la verdad, porque ahora me perseguía la imagen de un esfínter gigantesco que se ensanchaba y alargaba hasta el infinito como un túnel del terror.

- Ay, Divina, creo que por primera vez entiendo el chascarrillo ese de: “Tienes menos fuerza que el peo de un marica”.

- No lo sabes tú bien –le chispeaban los ojillos al decir esto.

Aprendí bastante ese verano sobre cultura rectal, cierto es, creo que hasta podía enunciar una tesina: “El ano: origen, evolución e idiosincrasia contemporánea”. ¡Cómo podía dar tanto de sí algo tan trivial como el extremo terminal del tubo digestivo! Hasta existían en Chueca salones de belleza especializados en la depilación del mismo. Aunque, pensándolo bien, la atracción por la escatología del ojete era bien antigua: ya existía en el siglo XVII un tratado sobre las “Gracias y desgracias del ojo del culo”, atribuido al Quevedo más irreverente.

Claro que, si el catálogo de juguetes viriles era ingente, qué decir sobre los innumerables artefactos inflables, empaquetados u horadados que pretendían ofrecer agujeros múltiples para la satisfacción sexual: eróticos muñecos hinchables antropomórficos (con los que ya fantaseó un fetichista Berlanga en la censurada transición cinematográfica), burritos infantiles que escondían orificios sorprendentes, nalgas seccionadas de un cuerpo imaginario que se enchufaban a la red eléctrica y llegaban a alcanzar la temperatura corporal humana, camufladas vaginas enlatadas para guardar en el cajón de la mesilla...

Los penes y vulvas de plástico compartían espacio con anillos de silicona adornados con cachondos conejitos estimuladores; discretos y delicados pintalabios vibradores para estimular todo lo que se desee (pasará desapercibido en cualquier bolso); galletas de la suerte que esconden en su interior una aventura sensual para cada noche; bolas chinas de doble estimulación, estriadas y de un material ultrasoft (cómodas de llevar y muy silenciosas), huevos con control remoto con siete funciones, pequeños, ultra suaves y muy cómodos; o el original y excelente aceite corporal con feromonas y aplicador en spray con aromas excitantes, que te dejará la piel sedosa, suave y ligeramente perfumada.

Estaba abrumada. ¡Cuánta imaginación derrochada por una práctica tan antigua! La fascinación sexual es una herencia ancestral, me dije. Me hacía gracia, pero me abochornaba tanto artilugio. “No son más que juguetes inocentes”- concluí. Sobre todo cuando subimos a la sección pornográfica y descubrimos el interior oscuro del pastel.

Íbamos en fila, Lola la primera, abriendo camino, seguida de mí y de la Diva, que lo escrutaba todo con los ojos como platos. Es probable que el dependiente del sex shop estuviera más que acostumbrado a ver allí a todo tipo de clientes. Pero no sé, me pareció que nos miraba de reojo más de lo usual. O será que mi católica educación de la infancia se cernía sobre mí creando un halo de culpabilidad que me hacía sentir observada en aquel entorno pecaminoso. ¡Qué puñetas! ¡Claro que nos miraba el dependiente! Éramos: una preñada de ocho meses tocándolo todo, con dos pringaos con cara de idiotas pegados a sus espaldas, oteando a derecha e izquierda y susurrando ante los espeluznantes detalles de las carátulas de los dvds porno. Y en esto me ahorraré los detalles, porque la cinematografía sexual es el único arte que, sin emplear efectos especiales, lleva a la pantalla las más maquiavélicas suposiciones de la imaginación humana. Por muy escabrosa que se te antoje una idea, seguro que ya hace años que se le ocurrió rodarla al director de una película guarra.

Lola iba señalando las fotos de las portadas y haciendo comentarios jocosos. “¡Vaya par de galletas maría tiene esa tía!”, “¡Joder con los veinticuatro centímetros de Rocco!”, etc. Yo la seguía, achicada ante su desparpajo, y Divina se iba rezagando, prestando atención a los títulos alusivos a tríos y camas redondas masculinas. De repente, la Lola se detuvo ante una extraña escena y exclamó:

- Este tío debe de estar enfermo, mira qué picha más chunga tiene.

Y siguió su ruta hacia la estantería del otro lado.

Mi imaginación más sórdida no dejaba de maquinar. ¿Prácticas macabras con enfermos de sida o leprosos? A lo mejor se habían puesto de moda. Es una industria con grandes desafíos, me dije. Observé la imagen aludida y no di crédito. Me sonreí:

- Lola, ¿tú te has revisado la vista? –le pregunté desde el estante paralelo-. Ése es el pito de un perro.

Con esta anécdota terminaba nuestra excursión. No paramos de reír hasta que nos montamos en el taxi que nos devolvería a casa.

Por la noche, tumbada en la cama junto a Divina, no dejaba de darle vueltas a todo lo que había descubierto durante el día.

- A ver, Diva –inquirí, acuciada por la curiosidad -. Cuando un gay está ligando una noche con un tío al que no conoce, en una discoteca, por poner un ejemplo… ¿cómo sabe si el otro tío es maquinista o carbonero?

- ¿Maquinista o carbonero?

- Sí, tía, la jerga hetero, que todavía me queda algo. Pasivo o activo.

- Jo, jo, jo. No lo había oído nunca. Pues… por la forma de entrarte. Si un chulazo te empieza a bailar refregándose contra tu trasero está claro lo que quiere hacerte esa noche, ¿no?

- Pero la mayoría de los gays les dais a los dos palos ¿no?

- Versátiles, mari, se llama eso. A ver si hablamos con propiedad. Sí, la mayoría lo son.

- Porque lo de la Manolita y el marido es jodío, ¿no? Si son los dos activos no pueden… ¿Entonces? -estaba hecha un lío.

- Mira, mari, no voy a darte yo una clase de sexo gay ahora. Échale imaginación.

- Uhmmmmm.

Medité durante unos instantes, para después sentenciar:

- No solo de carbón vive el hombre, ¿no?

- La verdad es que hay mucho maquinista suelto por ahí –surgió de repente, a través de la puerta del dormitorio, desde el salón, una voz familiar.- Y mucho maricón encerrado en el armario.

¿Cuánto tiempo llevaría el Fernan tumbado en el sofá sin que nos hubiéramos dado cuenta? ¿Y quién puñetas le había dejado las llaves del piso? Abrió nuestra puerta sin inmutarse desde la postura en la que reposaba, sin mirar hacia atrás siquiera, sumándose a la conversación.

- Y en tu pandilla… –señalaba con un dedo acusador, en supuesta dirección hacia mí- …hay mucho marica oculto, que lo sé yo.

Divina y yo nos miramos. Enarqué las cejas en señal de escepticismo. Ya empezábamos. El Fernan tenía sus propias teorías conspiratorias. Yo no le hacía mucho caso.

- Que sí. Porque yo los he visto en el pueblo, en el gimnasio, y sé cómo se comportan. Y tu amigo Fulano es gay.

- ¿Qué dices, Fernan? ¿Fulano? Ése como mucho es misógino, que ya es bastante. Y no es mi amigo. -le repliqué, dándome la vuelta en el colchón-. Y ya sufre bastante la humanidad aguantándolo también a él.

- Yo te digo que ese tío es gay, aunque cada fin de semana esté con una tía distinta. Créeme que a estas alturas los sé distinguir. Lo que pasa es que no lo puede o no lo quiere admitir, porque no podría soportar que lo supieran sus amigos. Ya sabes lo que diría la Yanqui: el Evangelio.

- No sé, Fernan. Me parece tan arriesgado... Yo conozco algunas historias truculentas de Fulano con las mujeres y… La verdad es que ahora que lo dices… Esa obsesión con la sodomía y su complejo de Edipo… Ohhhhhhhhhh.

- Ay, cómo me aburrís los dos, cada uno con su movida –intervino Divina- . Paso de vosotros, voy a empezar a roncar de un momento a otro.

Me levanté de la cama con mi pijama rosa, trastornada ahora por las dudas, y busqué la mirada cómplice del Fernan. Empezaba a despertarse en mí esa intuición adivinatoria sobre la relación entre inclinación sexual, represión y comportamiento social que tan pocas veces suele fallarme. El Fernan ensayó un gesto de veracidad con las cejas y ni me miró, ensimismado en las geométricas figuras de humo que iba exhalando de sus pulmones. Y tampoco me miró cuando tuve que sortear el petamóvil y tropecé delante de sus narices para dirigirme a la cocina, a punto de perder los piños, invisible siempre a ojos del Fernan.

¿Continuará?

lunes, 4 de agosto de 2008

LAS CANCIONES QUE NO SONARON EL DÍA DO MAR

Éstas son las 3 canciones de Pablo (Sam) que no sonaron el Día do Mar. Ya he cumplido, ¿eh?
1.- Manu Chao y Amparanoia: "Que te den".
2.- Chingon: "Malagueña salerosa".
3.- Rachid Taha: "Ya Rayah".