jueves, 21 de agosto de 2008

TEATRO CLÁSICO

Edipo significa, en griego, “pies hinchados”. El pasado martes asistí a la representación de la tragedia de Sófocles Edipo Rey, del “Festival de Teatro Clásico” de Mérida. Lo de los pies lo aclaro porque sería de esta zona de la que se resentiría el personaje toda su vida, y hasta la mitad de la obra en que aclararon este punto, no pude comprender la histriónica manera de moverse por el escenario del actor protagonista, Ernesto Alterio, cuyos inverosímiles desplazamientos cojitrancos se me antojaban una reminiscencia del inefable Chiquito de la Calzada. Si a ello le sumamos una artificial forma de engolar la voz (con un acento que a duras penas podía disimular su genética raíz argentina), tenemos una mítica tragedia griega, con una sencilla pero emocionante puesta en escena (me encantó el original tratamiento del coro) y unos actores dignísimos… tirados a la basura porque la actuación del que había de ser el soporte maestro de la obra renqueaba, como Edipo. Le eché la culpa al director, Jorge Lavelli, por haber descuidado esos tics de su actor principal, aunque ahora dudo de que Alterio-hijo hubiera dado más de sí. Es una pena, porque ya digo que la obra, en su conjunto, merecía la redundancia.

Las dos obras de teatro clásico a las que he podido asistir este año en el Festival de Mérida (Las Troyanas y ésta) han tenido poco éxito de público. La primera fue excesivamente larga y, creo, demasiado verbal, para lo que estamos acostumbrados con el teatro-performance contemporáneo. A mi me fascinó, sin embargo. Quizá porque unos días antes había refrescado en mi memoria la historia de la guerra de Troya, por lo que ninguna de las anécdotas o nombres que se mencionaban en la representación me eran ajenos, y por tanto, pude seguir perfectamente el argumento.

Pero he de admitir que al teatro clásico hay que ir con los deberes hechos. Se trata de representaciones basadas en textos primigenios, que de sobras deberíamos conocer (no suele ser así ni siquiera para los que deberíamos estar más ilustrados en el tema) para poder apreciar sus matices. Y que suelen estar sustentadas más en las actuaciones de los actores y en sus monólogos y diálogos, que en la escenografía (desnuda la mayoría de las veces, ¿o es que se necesita ornamentación alguna en un teatro tan fabuloso?), los efectos especiales o la interacción con el público (inexistente). Al espectador del siglo XXI le pueden parecer demasiado simples, aburridas, o cargantes estas obras clásicas. Y si algún director se pasa de original (¡dios mío, qué horripilante representación de Lisístrata tuvo lugar hace unos años!), despista al espectador intelectual y hace flipar al desacostumbrado.

Quizá otra de las causas de esta desconexión del público actual con el teatro clásico sea que las tragedias que plantean Edipo, Medea o Antígona nos sean muy lejanas hoy día. Probablemente no entendamos esa relación tan complicada entre hombres y dioses, o el sangriento y funesto final. Las tragedias griegas tenían una finalidad moralizante y purificadora. Pretendían causar en el espectador temor, arrepentimiento y propósito de enmienda, y mostrarles las terribles consecuencias que les podía esperar si se dejaban arrastrar por sus pasiones, como les ocurría a sus protagonistas. Esa catarsis ya no es posible en los tiempos que corren. Por otro lado, no hay que negar que en la actualidad, el teatro es una alternativa de ocio poco atractiva para quienes pueden recurrir a una espectacular y efectista sesión de cine o sumergirse en las conseguidísimas aventuras gráficas de los vídeo-juegos.

De nuevo, la clave está en los conocimientos previos. En mi tarea docente, cualquier explicación sobre historia de la literatura me remite una y otra vez a la Antigüedad Clásica, por lo que tengo que ponerme las pilas retrospectivamente. Estas mínimas pinceladas me han venido de perlas para apreciar y disfrutar mejor las obras teatrales que voy a ver. Y aún así, a veces salgo desconcertada.

Por eso me reitero en mi consejo de asistir al teatro con “los deberes hechos”. A lo mejor una simple aclaración sobre la identidad de los personajes sea suficiente. En una ocasión me colé en una ópera y quise fenecer de indiferencia: mea culpa, por meterme donde no me llaman. Me hubiera pasado lo mismo en un partido de fútbol. La ignorancia castiga con el aburrimiento.


EDIPO REY. Preámbulo.

A Edipo, su padre Layo, el rey de Tebas, lo mandó abandonar, recién nacido, en el monte Citerón, con los pies perforados y atados con una cuerda. Su temor era que se cumplieran los presagios del oráculo, que había vaticinado que su hijo acabaría asesinándolo y desposándose con su propia madre. Lo que el infeliz Layo no sospechaba es que el siervo que lo debía abandonar, compadecido, lo entregaría a otro hombre y el pequeño Edipo sería criado por otro matrimonio de la ciudad de Corinto (otras versiones cuentan que fue un pastor el que lo encontró, colgado por los pies, de un árbol).

La ignorancia del pobre cojuelo sobre su origen verdadero, junto con una incapacidad por resolver los consiguientes vaticinios de los dioses, harán desencadenar la tragedia. Edipo huirá de sus padres adoptivos, creyendo así poner remedio a su desdichado porvenir y se dirigirá a Tebas para derrotar a la temida Esfinge. Durante el trayecto se enfrenta con un hombre arrogante, que osó apartarle del camino de un manotazo, y lo mata: es el mismo Layo. Una vez en Tebas, averigua el enigma de la Esfinge (¿cuál es el ser vivo que camina a cuatro patas al alba, con dos al mediodía y con tres al atardecer?: el hombre, que siendo un bebé gatea, anda sobre las dos piernas a lo largo de su vida y, al ser viejo, apoya su bastón como un tercer pie), que es derrotada y muere. El pueblo tebano lo recompensará entregándole el trono de la ciudad y a la reina Yocasta, su madre, como esposa. Poco después, las plagas y la peste se adueñarán de la ciudad, como castigo de los dioses porque el verdadero asesino de Layo no ha pagado por su crimen.




El otro personaje es el vidente ciego "Tiresias", representado por Juan Luis Galiardo.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Amén a todo lo que has dicho. Yo me pase parte de la obra preguntándote que coño estaba pasando.
Pero también hay que decir que muchas veces aunque no entiendas bien la historia, si los actores lo hacen bien, tampoco importa tanto si te estás enterando porque la interpretación te está llenando. Pues de estas dos obras que hemos visto, yo no puedo decir eso. En mi opinión, los actores la estropean.

Aunque en las dos me estuve riendo un buen rato, las tragedias se convirtieron en comedia, jaja.

Anónimo dijo...

No estoy de acuerdo en lo de los deberes hechos, es posible que te enriquezca mas una obra si conoces todo lo que la rodea argumentalmente. Pero en el teatro como en todas las artes, no es necesario ser un experto en la materia para que determinada cosa te guste, pasa en la escultura, pintura, musica. Si eres un buen conocedor del arte en cuestion es muy posible que le saques matices que no le sacarias con un somero conocimiento de ese arte, pero eso no impide que te guste. Puedes no tener ni idea que algo te guste, por eso es arte.

Anónimo dijo...

Pues fíjate que en algún sitio había leído yo buenas críticas hacia Ernesto Alterio en esta obra, pero el trozo que has puesto me dice que ese crítico debería ser un primo del actor o algo así. De todas formas, Edipo es una de mis obras clásicas favoritas (junto con Medea) y me hubiera encantado poder verla de todas formas.
Estoy de acuerdo contigo en que el teatro clásico puede resultar poco asequible para el público actual en muchos de sus aspectos, pero también pienso que parte de los argumentos son plenamente actuales: las pasiones desenfrenadas que conducen a las tragedias, las luchas por el poder, etc.
También creo que, como el arte, con conocimientos previos se puede sacar más partido de la obra y apreciar mucho mejor sus matices. Como un cuadro de Kandinsky, por ejemplo, que si te limitas a observarlo sin saber las intenciones del autor, sólo apreciarás círculos y rayas donde en realidad hay toda una sinfonía musical basada en la geometría y el color.